miércoles, 6 de febrero de 2008

MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2008

“Nuestro Señor Jesucristo, siendo rico,
por vosotros se hizo pobre” (
2Cor 8,9)

¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Cada año, la Cuaresma nos ofrece una ocasión providencial para profundizar en el sentido y el valor de ser cristianos, y nos estimula a descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos. En el tiempo cuaresmal la Iglesia se preocupa de proponer algunos compromisos específicos que acompañen concretamente a los fieles en este proceso de renovación interior: son la oración, el ayuno y la limosna. Este año, en mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, deseo detenerme a reflexionar sobre la práctica de la limosna, que representa una manera concreta de ayudar a los necesitados y, al mismo tiempo, un ejercicio ascético para liberarse del apego a los bienes terrenales.

¡Cuán fuerte es la seducción de las riquezas materiales y cuán tajante tiene que ser nuestra decisión de no idolatrarlas! lo afirma Jesús de manera perentoria: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13). La limosna nos ayuda a vencer esta constante tentación, educándonos a socorrer al prójimo en sus necesidades y a compartir con los demás lo que poseemos por bondad divina. Las colectas especiales en favor de los pobres, que en Cuaresma se realizan en muchas partes del mundo, tienen esta finalidad. De este modo, a la purificación interior se añade un gesto de comunión eclesial, al igual que sucedía en la Iglesia primitiva. San Pablo habla de ello en sus cartas acerca de la colecta en favor de la comunidad de Jerusalén (cf. 2Cor 8,9; Rm 15,25-27 ).

2. Según las enseñanzas evangélicas, no somos propietarios de los bienes que poseemos, sino administradores: por tanto, no debemos considerarlos una propiedad exclusiva, sino medios a través de los cuales el Señor nos llama, a cada uno de nosotros, a ser un instrumento de su providencia hacia el prójimo. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, los bienes materiales tienen un valor social, según el principio de su destino universal (cf. nº 2404).

En el Evangelio es clara la amonestación de Jesús hacia los que poseen las riquezas terrenas y las utilizan solo para sí mismos. Frente a la muchedumbre que, carente de todo, sufre el hambre, adquieren el tono de un fuerte reproche las palabras de San Juan: “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17). La llamada a compartir los bienes resuena con mayor elocuencia en los países en los que la mayoría de la población es cristiana, puesto que su responsabilidad frente a la multitud que sufre en la indigencia y en el abandono es aún más grave. Socorrer a los necesitados es un deber de justicia aun antes que un acto de caridad.

3. El Evangelio indica una característica típica de la limosna cristiana: tiene que hacerse en secreto. “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”, dice Jesús, “así tu limosna quedará en secreto” (Mt 6,3-4). Y poco antes había afirmado que no hay que alardear de las propias buenas acciones, para no correr el riesgo de quedarse sin la recompensa en los cielos (cf. Mt 6,1-2). La preocupación del discípulo es que todo sea para mayor gloria de Dios. Jesús nos enseña: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestra buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16). Por tanto, hay que hacerlo todo para la gloria de Dios y no para la nuestra.

Queridos hermanos y hermanas, que esta conciencia acompañe cada gesto de ayuda al prójimo, evitando que se transforme en una manera de llamar la atención. Si al cumplir una buena acción no tenemos como finalidad la gloria de Dios y el verdadero bien de nuestros hermanos, sino que más bien aspiramos a satisfacer un interés personal o simplemente a obtener la aprobación de los demás, nos situamos fuera de la perspectiva evangélica. En la sociedad moderna de la imagen hay que estar muy atentos, ya que esta tentación se plantea continuamente. La limosna evangélica no es simple filantropía: es más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros.

¿Cómo no dar gracias a Dios por tantas personas que en el silencio, lejos de los reflectores de la sociedad mediática, llevan a cabo con este espíritu acciones generosas de ayuda al prójimo necesitado? Sirve de bien poco dar los propios bienes a los demás si el corazón se hincha de vanagloria por ello. Por este motivo, quien sabe que “Dios ve en lo secreto” y en lo secreto recompensará, no busca un reconocimiento humano por las obras de misericordia que realiza.

4.  La Escritura, al invitarnos a considerar la limosna con una mirada más profunda, que trascienda la dimensión puramente material, nos enseña que hay mayor felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). Cuando actuamos con amor expresamos la verdad de nuestro ser: en efecto, no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los hermanos (cf. 2Cor 5,15). Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con el prójimo necesitado experimentamos que la plenitud de vida viene del amor y lo recuperamos todo como bendición en forma de paz, de satisfacción interior y de alegría. El Padre celestial recompensa nuestras limosnas con su alegría.

Más aún: san Pedro cita entre los frutos espirituales de la limosna el perdón de los pecados. “La caridad –escribe– cubre multitud de pecados” (1P 4,8). Como repite a menudo la liturgia cuaresmal, Dios nos ofrece a los pecadores la posibilidad de ser perdonados. El hecho de compartir con los pobres lo que poseemos nos dispone a recibir ese don. En este momento pienso en los que sienten el peso del mal que han hecho y, precisamente por eso, se sienten lejos de Dios, temerosos y casi incapaces de recurrir a él. La limosna, acercándonos a los demás, nos acerca a Dios y puede convertirse en un instrumento de auténtica conversión y reconciliación con él y con los hermanos.

5. La limosna educa a la generosidad del amor. San José Benito Cottolengo solía recomendar: “Nunca contéis las monedas que dais, porque yo digo siempre: si cuando damos limosna la mano izquierda no tiene que saber lo que hace la derecha, tampoco la derecha tiene que saberlo” (Detti e pensieri, Edilibri, n. 201). Al respecto es significativo el episodio evangélico de la viuda que, en su miseria, echa en el tesoro del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12,44). Su pequeña e insignificante moneda se convierte en un símbolo elocuente: esta viuda no da a Dios lo que le sobra, no da lo que posee, sino lo que es: toda su persona.

Este episodio conmovedor se encuentra dentro de la descripción de los días que precedente inmediatamente a la pasión y muerte de Jesús, el cual, como señala San Pablo, se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2Cor 8,9); se ha entregado a sí mismo por nosotros. La Cuaresma nos impulsa a seguir su ejemplo, también a través de la práctica de la limosna. Siguiendo sus enseñanzas podemos aprender a hacer de nuestra vida un don total; imitándolo estaremos dispuestos a dar, no tanto algo de lo que poseemos, sino a darnos a nosotros mismos.

¿Acaso no se resume todo el Evangelio en el único mandamiento de la caridad? Por tanto, la práctica cuaresmal de la limosna se convierte en un medio para profundizar nuestra vocación cristiana. El cristiano, cuando gratuitamente se ofrece a sí mismo, da testimonio de que no es la riqueza material la que dicta las leyes de la existencia, sino el amor. Por tanto, lo que da valor a la limosna es el amor, que inspira formas distintas de don, según las posibilidades y las condiciones de cada uno.

6. Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma nos invita a “entrenarnos” espiritualmente, también mediante la práctica de la limosna, para crecer en la caridad y reconocer en los pobres a Cristo mismo. Los Hechos de los Apóstoles cuentan que el apóstol san Pedro dijo al tullido que le pidió una limosna en la entrada del templo: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, echa a andar” (Hch 3,6).

Con la limosna regalamos algo material, signo del don más grande que podemos ofrecer a los demás con el anuncio y el testimonio de Cristo, en cuyo nombre está la vida verdadera. Por tanto, este tiempo ha de caracterizarse por un esfuerzo personal y comunitario de adhesión a Cristo para ser testigos de su amor.

Que María, Madre y Esclava fiel del Señor, ayude a los creyentes a proseguir la “batalla espiritual” de la Cuaresma armados con la oración, el ayuno y la práctica de la limosna, para llegar a las celebraciones de las fiestas de Pascua renovados en el espíritu. Con este deseo, os imparto a todos una especial bendición apostólica.

Vaticano, 30 de octubre de 2007

BENEDICTUS PP. XVI

Qué es la Cuaresma?

Hermanos en Cristo, compartimos una reflexión preparada por  Rodolfo Reyes

Paz y Bien

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La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.

La Cuaresma dura 40 días; Miércoles de Ceniza (6 de febrero) y termina el Domingo de Ramos (16 de marzo), día en que iniciamos la Semana Santa. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia dominical, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios.

El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.

En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios.

Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección.

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40 días

La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.

La práctica de la Cuaresma se remonta al siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.

El triple programa del Evangelio

Nuestra palabra “penitencia” equivale a la griega “METANOIA” que significa cambio de mentalidad.  El motivo que da el profeta a su pueblo es que Dios es misericordioso, y acogerá con amor a todos los que vuelven a Él, porque es “compasivo y misericordioso”.

Pero es el Evangelio el que más concretamente nos ofrece un programa cuaresmal-pascual:

La limosna o caridad, como símbolo concreto de mayor apertura al prójimo, con la caridad fraterna y social, corrección para nuestro siempre creciente egoísmo. 

La oración como apertura a Dios, en la escucha de su Palabra, en la oración personal y familiar, en la participación más activa en las celebraciones de la comunidad cristiana, sobre todo en la Eucaristía.

El ayuno como símbolo del autocontrol que todos necesitamos, renunciando a tantas cosas superfluas, para que las principales encuentren un debido relieve en nuestro programa de vida.

Los tres ejemplos que nos pone Jesús se puede decir que resumen toda nuestra existencia: de cara a nosotros mismos, nos controlamos: de cara a los demás, nos comprometemos a una actitud de mayor solidaridad fraterna; y de cara a Dios, decidimos abrirnos más a Él y darle un lugar más central en nuestra vida.

Mi búsqueda de Dios

Felizmente el alma humana no puede vivir sin Dios, espontáneamente la busca.

Nuestro gran problema, pues, no consiste en buscar a Dios, sino en saber que hemos sido buscado y hallados por Dios.

Jesús nos conoce, me conoce, no sólo de cara y nombre, sino de alma, de estado de ánimo, mis preocupaciones, deseos, proyectos. Jesús me conoce a mí perfectamente, traspasa mi alma, sebe todos mis problemas.

Este es Cristo: camino que andar; verdad que creer, vida que vivir

(Palabras de San Alberto Hurtado)

CONFESION Y EXAMEN DE CONCIENCIA

Hermanos en Cristo, queremos compartir una reflexión acerca de la confesión, en especial cuando se inicia la cuaresma, reflexión realizada por Pedro Sergio Antonio Donoso Brant y obtenido de la pagina Web www.caminando-con-jesus.org

Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y cambiar, para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo, por tanto, no debemos dejar pasar la oportunidad para recibir EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA RECONCILIACIÓN.

Este sencillo trabajo, tiene por fin ser una pequeña ayuda para prepararnos para la confesión a través del examen de conciencia.

REFLEXIONEMOS LA PALABRA DE DIOS (1)

En la tarde de Pascua, el Señor Jesús se mostró a sus apóstoles y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).

"Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados dice entonces al paralítico: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa». El se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres." — Mateo 9, 6-7

LA MISERICORDIA DE DIOS, LLEGA A SER CASI  INCOMPRENSIBLE

La Misericordia de Dios, llega a ser casi  incomprensible, ¿Por qué?, porque pecamos una y otra vez, nos arrepentimos y luego volvemos a cometer las mismas faltas, provocamos el enojo de Dios y sin embargo el no deja de ser misericordioso con nosotros. La Misericordia de Dios, es la perfección del Amor, tanto así, que El envió a su propio Hijo engendrado al mundo, permitiendo su muerte en la cruz y de este modo nuestros pecados fuesen perdonados. En Justicia Dios nos condena pero en Misericordia nos salva.

Es bueno preguntarse, ¿tenemos derecho a su Misericordia?, ¿tenemos derecho al perdón?,  eso es lo incomprensible, entre más pecamos y mas provocamos el enojo de Dios, más derecho tenemos.

SALMO 102

El Señor es compasivo y misericordioso,

lento a la ira y rico en clemencia;

no está siempre acusando

ni guarda rencor perpetuo;

no nos trata como merecen

nuestros pecados

ni nos paga según nuestras culpas.

REFLEXIONEMOS LA PALABRA DE DIOS (2)

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Lc 15, 1-3

Cristo Jesús quiere que nosotros seamos misericordiosos como El Padre Celestial es Misericordioso. "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". Mateo 5:7

Dice Jesús: Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse". (Lc 15-7)

San Pablo nos exhorta a lo que el Padre más desea: que nos reconciliemos con él por medio de Cristo y de la Iglesia, para que "seamos criatura nueva" 2 Cor 5,17.

CONFESARSE

Para mucho de nosotros, no es fácil y en otras ocasiones, no nos parece agradable confesarnos, arrodillarnos frente al sacerdote pareciera doblegarnos. Sin embargo, después de la confesión tenemos una gran paz espiritual, esta nos  restituye nuestra amistad con Dios, nos aumenta la gracia santificante, nos refuerza la fe, nos aumenta la fuerza para evitar cometer mas falta, nos da vigor para no caer en la tentación y nos compromete a no ofender a Dios.

Sin embargo, después de confesarnos, muchas veces nos sucede que no nos sentimos seguros si hemos hecho una buena confesión, como también nos ocurre que cuando estamos frente al sacerdote nos cohibimos o nos contenemos de decir todas nuestras faltas.  Más de alguna vez, pensamos que ciertas cosas no son faltas y no las decimos o nos justificamos. ¿Entonces que hacer? ,

EXAMEN DE CONCIENCIA

Cada cual puede tener un método para prepararse para la confesión, muchos proponen un examen de conciencia previo a confesarse, ¿Cómo hacerlo?, creo que sin angustiarse y sin apesadumbrarse con las faltas, pero con mucha confianza en Dios sabiendo que seremos perdonados.

"Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados. La oración ferviente del justo tiene mucho poder" Santiago 5, 16

Examinemos nuestra conciencia en oración ante Dios, escuchando su voz en nuestro corazón, Dios siempre perdona cuando hay arrepentimiento.

Contemplen al que traspasaron" Jn 19:37

Contemplemos a Cristo, su amor manifiesto en su Cruz, el nos ayudara a prepararnos.

Al preparar nuestro Examen de Conciencia, recordemos que tenemos Diez Mandamientos que cumplir y observemos en cuales hemos faltado. También podemos profundizar en los llamados Siete Pecados Capitales, sin olvidar que faltamos muchas veces al no admitir nuestros defectos de carácter y no aprovechamos los dones que Dios nos ha dado para servirle.

A continuación propongo algunas preguntas a responder, quizás falten muchas mas, ya que esto es una mínima ayuda.

DE LOS DIEZ MANDAMIENTOS

I.           AMARÁS A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS

Amo de verdad a Dios

Siente mi corazón que ama a Dios

Confío siempre en Dios

Le doy a Dios un instante de mi tiempo personal

Me dejo guiar por Dios

Alabo a Dios

Agradezco a Dios

Escucho a Dios

Uso los dones que Dios me ha dado

II.           NO TOMARÁS EL NOMBRE DE DIOS EN VANO

Hablo bien de Dios

He mentido tomando a Dios por testigo

Utilizo el nombre de Dios para las cosas frívolas

III.           SANTIFICAR EL DÍA DEL SEÑOR

Voy a Misa los Domingo

Rezo con amor durante la Eucaristía

Pido perdón a Dios durante la celebración

Me reconcilio con mis hermanos durante la Misa

Voy a la Misa diaria si puedo o prefiero ir a otro lugar

IV.           HONRAR PADRE Y MADRE

Me preocupo por cuidar a mis padres

Atiendo las necesidades de mis padres

Doy tiempo a mis padres

Ayudo económicamente cuando lo necesitan

Soy obediente a mis padres

Miento a mis padres

V.           NO MATARÁS

He participado en la muerte de alguien

Promuevo y acepto el aborto

He pensado suicidarme

Conduzco irresponsablemente

Pongo en peligro la vida de los demás

VI.           NO COMETER ACTOS IMPUROS

Soy fiel a esposo o esposa

Busco la afectividad fuera del matrimonio

Mantengo relaciones sexuales fuera del matrimonio

Practico la fantasía sexual

Leo o veo pornografía

VII.           NO ROBAR

He robado

Le he quitado indebidamente algo a alguien

He engañado para mi beneficio

No he devuelto lo que no es mío

Me aprovecho de mi situación en mi beneficio

   VIII.           NO LEVANTARÁS FALSOS TESTIMONIOS NI MENTIRÁS

Digo la verdad

Hablo mal de los demás

Revelo secretos que se me ha confiado

Busco que otros opinen mal de mis hermanos

Induzco a pensar erróneamente de alguien

IX.           NO CONSENTIRÁS PENSAMIENTOS NI DESEOS IMPUROS.

Vivo con desorden a las facultades morales del hombre

Permito o promuevo a otros a cometer pecados

X.           NO CODICIARÁS LOS BIENES AJENOS.

Tengo deseos de avaricia

Deseo cosas que no me pertenecen

Me siento envidioso

Le deseo mal a otros

DE LOS PECADOS CAPITALES

Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana caída está principalmente inclinada. Es por eso muy importante para todo el que desee avanzar en la santidad aprender a detectar estas tendencias en su propio corazón y examinarse sobre estos pecados. Los pecados capitales son enumerados por Santo Tomás como siete: soberbia (orgullo), avaricia, lujuria,  ira, gula (glotonería), envidia, acidia (pereza).

1.- SOBERBIA: Consiste en una estima de sí mismo, o amor propio indebido, que busca la atención y el honor y se pone uno en antagonismo con Dios.

Me he rehusado a Obedecer a Dios

Vanagloria, la siento de sí mismo a causa de las ventajas que tengo y me jacto de poseer por sobre los demás

Jactancia, me esmero alabarme a mismo para hacer valer vistosamente mi superioridad y mis buenas obras.

Me elevo por sobre los demás en dignidad exagerando, para ello, el lujo en los vestidos y en los bienes personales.

Soy altanero, trato al prójimo, hablándole con orgullo, con terquedad, con tono despreciativo y mirándolo con aire desdeñoso.

Soy ambicioso, con deseo desordenado de elevarme en honores y dignidades como cargos o título.

Soy hipócrita, hago simulación de la virtud y la honradez con el fin de ocultar los vicios propios o aparentar virtudes que no se tengo.

Soy presumido y confío demasiado de que soy capaz de efectuar mejor que cualquier otro ciertas funciones.

2.- AVARICIA: Inclinación o deseo desordenado de placeres o de posesiones. Es uno de los pecados capitales, está prohibido por el noveno y décimo mandamiento.

Tengo apego inmoderado a los bienes con; "esa  pasión ardiente de adquirir o conservar lo que tengo a toda costa.

Me resisto a dar al que necesita.

He privado a otros de algún bien.

Le he negado a un hermano algo que me sobra.

He participado de hechos fraudulentos para mi beneficio

Soy tacaño

3.- LUJURIA: El deseo desordenado por el placer sexual. Los deseos y actos son desordenados cuando no se conforman al propósito divino, el cual es propiciar el amor mutuo de entre los esposos y favorecer la procreación. Es un pecado contra el Sexto Mandamiento.

Practico la fornicación.

He sentido el deseo de estupro

He efectuado algún tipo de rapto

Soy partidario del incesto

He sido adultero

Practico la sodomía

4.- IRA: Uno de los siete Pecados Capitales. El sentido emocional de desagrado y, generalmente, antagonismo, suscitado por un daño real o aparente. La ira puede llegar a ser pasional cuando las emociones se excitan fuertemente.

He actuado contrario a la razón.

Actúo sin moderación

Tengo deseos de venganza

Me siento maquiavélico

Me domina la pasión en las discusiones

Me indigno sin razón

Participo de alguna riña

5.- GULA: La gula es el deseo desordenado por el placer conectado con la comida o la bebida.

He respetado el ayuno

Practico el hurto para comer solo por placer.

Mi deleite en el comer se reduce a un fin único y preponderante en la vida.

No soy capaz de guardar abstinencia en los días de precepto

Me provoco voluntariamente el vómito para continuar el deleite de la comida.

6.- ENVIDIA: Rencor o tristeza por la buena fortuna de alguien, junto con el deseo desordenado de poseerla. Es uno de los siete pecados capitales. Se opone al décimo mandamiento.

Me entristece que otros tengan bienes materiales

Me aflige si otro tiene un puesto que yo deseo

Siento insatisfacción por los bienes que pose otro.

Me angustia que otros sean felices

Le deseo mal a alguien

7.- ACIDIA (PEREZA): Falta culpable de esfuerzo físico o espiritual; acedia, ociosidad.

Deliberadamente me entristece sentirme obligado cooperar con mis hermanos.

Descuido mi salud, me pereza ir al medico

Soy inconsistente en el bien

Desisto rápidamente de mis obligaciones.

No ejecuto lo que se me ha encomendado

No me atrevo a ayudar y me abandono en la inacción

Me siento ocioso

Soy cómodo y no me agrada el sacrificio de levantarme temprano

Me fugo del trabajo

REFLEXION FINAL

Todos estamos muy necesitados de la paz interior, reconocer nuestras faltas, es un paso para lograrlo, la culpa se elimina reconociéndola.

La confesión nos invita a hacer un examen profundo de nuestra conciencia, descubrir lo que llevamos adentro, por tanto nos ayuda a conocernos mas,

Pero hay algo de gran importancia, necesitamos saber si estamos en condiciones de ser perdonados, y necesitamos saber que hemos sido perdonados.

No olvidemos que una cosa es pedir perdón y otra distinta ser perdonado.

Del Catecismo Católico, 1422 "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra El y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11).

Necesitamos una confirmación exterior, sensible, de que Dios ha aceptado nuestro arrepentimiento. Esto sucede en la confesión: cuando recibimos la absolución, sabemos que el sacramento ha sido administrado, y como todo sacramento recibe la eficacia de Cristo.

Que el Señor les Bendiga