jueves, 28 de julio de 2011

Los Divorciados en la Iglesia, Juan Antonio Buere

 

CAMBIO EPOCAL Y FRAGMENTACIÓN

Vivimos tiempos cambiantes y cambiados. Ya es un lugar común en los ambientes de reflexión sociológica: no es sólo una época de fuertes cambios, es un cambio de época. Esta situación se manifiesta en varias dimensiones del ser y quehacer humano. Las instituciones, producto acabado de la modernidad, que antes parecían y ofrecían una solidez potente, hoy tambalean y dejan tendales de humanidad herida y desguarnecida frente a las profundas novedades que los tiempos ofrecen. La caída de las instancias de seguridad pone de manifiesto, más que nunca, la vulnerabilidad de nuestra naturaleza y la aparición de una humanidad más fragmentada y doliente.

La economía y las finanzas aparecen como los ámbitos en que la decadencia se evidencia más, y es publicitada y expuesta en los medios masivos de comunicación social. Su inestabilidad trae aparejados grandes inconvenientes y dolores a las personas más vulnerables de la comunidad, el desempleo y subempleo son moneda diaria en la sociedad. En muchas partes la pobreza creciente y la exclusión aparecen como negros nubarrones, amenazas que se convierten en factores degradantes muy difíciles de solucionar.

Las instituciones estatales no se salvan de este movimiento sísmico que sacude las bases de la sociedad moderna. La post-modernidad ha puesto de manifiesto sus inestabilidades y ha evidenciado sus inconsistencias. Esta situación ha provocado que las generaciones jóvenes no crean en espacios de administración de la “cosa pública” que antes construían poder y ofrecían seguridad. La justicia y la salud, la educación y el bienestar social, son instancias que no quedan ilesas en la profunda crisis de la modernidad. La confianza se ha perdido. La tensión entre institución decadente e individualidad potenciada es hoy más manifiesta que en tiempos pasados.

Las fuerzas armadas mismas, que en muchos países latinoamericanos dieron origen a las naciones y garantizaron el desarrollo de los estados, han caído en la mirada crítica de nuestros tiempos.

No quedan fuera de esta crisis de confianza las grandes iglesias históricas y en particular la Iglesia Católica. Los medios de comunicación han gestado y realizado verdaderos festivales de información poniendo de manifiesto, y a consideración de la sociedad toda, las fragilidades, debilidades y pecados de algunos hombres de Iglesia, de quienes se esperaba la mayor coherencia y honestidad. La pedofilia y la falta de cumplimiento de la promesa de celibato y castidad han generado escándalo y desilusión. El descuido de los más pobres, en muchas oportunidades la ha convertido en una institución burguesa y envejecida, con “mañas atávicas”, sin la suficiente disponibilidad para acompañar el dolor y el sufrir de la gente de extracción popular.

CRISIS EN LA FAMILIA, LOS SEPARADOS EN NUEVA UNIÓN

En este contexto de movilidades e inestabilidades, la familia, célula básica de toda sociedad, no ha quedado inmune. Muy por el contrario, se ha convertido en termómetro hipersensible y expresión evidente de la crisis imperante. La institución que garantizaba estabilidad a sus miembros, casi por definición, en pocas décadas ha sufrido los embates del tiempo, quedando a merced del cambio epocal. Los nuevos ensambles de familia se han constituido en la forma propia institucional de buscar acomodamientos frente a la crisis de la época. El problema de género, puesto en el centro de la discusión social, agrega su aporte de dificultad a la situación familiar.

La expresión más libre de la sexualidad humana, el género como paradigma, las familias monoparentales, los nuevos modelos de parejas -homosexuales-, agregan intensidad y complejidad a la “postmoderna” vida familiar. Unívocamente se consideraba a la familia como factor de protección mutando su actual condición a factor de riesgo: si bien hay personas que cumplen roles de padre y/o madre en las familias, se extraña la presencia de “adultos” responsables y capaces de acompañar los procesos de formación de los niños y los adolescentes.

La gravedad de la crisis familiar se intensifica también, entre otros, con estos elementos: el desempleo y la pobreza, la inestabilidad social, las inmigraciones en busca de nuevos horizontes -doloroso desarraigo-, el retraso de la madurez como término del crecimiento adolescente, la falta de formación en una cultura del trabajo y la responsabilidad, el consumo desmedido de alcohol y drogas, el haber alargado la vida de nuestros adultos mayores pero sin darles espacios de pertenencia y crecimiento.

El panorama invita a la reflexión y a intentar poner en juego la imaginación y encontrar los medios adecuados en busca de nuevas maneras de expresar la caridad pastoral. Una conversión pastoral que se atreva a mirar sin temor ni miradas pacatas, nos impele a salir al encuentro de las novedades que el cambio epocal ha generado en las nuevas generaciones de cristianos, no pocas veces indefensos, ignorados y huérfanos de instancias eclesiales de acogida y acompañamiento.
Es el caso de los católicos que, casados en primeras nupcias por iglesia, han incurrido en separación o divorcio y, al tiempo, han formado pareja o se han casado tras el divorcio por el fuero civil. Muchos de ellos, se enteran de su situación en la vida de la Iglesia cuando alguno de sus hijos se prepara para algún sacramento de iniciación. Es allí cuando al interesarse por la formación catequética de sus hijos y queriendo profundizar y acompañarlos en el momento del sacramento, caen en la cuenta de que no pueden hacerlo como tampoco participar de algunas actividades o ministerios en la vida de la Iglesia, situación que es vivida como exclusión.

BUSCANDO UNA RESPUESTA EVANGÉLICA Y PASTORAL

Salir al paso de estas situaciones es tarea urgente y urgida por los documentos del Magisterio Pontificio desde hace ya casi tres décadas (Familiaris Consortio de 1981 documento post Sínodo sobre las familias, Juan Pablo II). Este momento de la vida de la Iglesia demanda aprender a responder a estos tiempos y situaciones que generan fragmentos e irregularidades en la humanidad de las personas ¿Cómo acompañar a esta realidad que acontece? ¿Cómo ser fieles a la verdad sin cercenar la caridad?

Precisamente el P. Felipe Berríos, sj., comentaba sobre la situación de los separados en nueva unión, en la revista “El Sábado” en el artículo titulado Bicentenario, tiempo de misericordia y clemencia:

“Nuestros pastores esperarán a que se calme el clima propio de una elección presidencial para discutir un tema que requiere mucha serenidad, mucho diálogo, mucha paz en los corazones, y que así la petición de indulto pueda tener acogida.

Indultar es una manera de plantear que la madurez de una nación no sólo se expresa en el crecimiento económico y material, sino que también en el crecimiento en humanidad y en una justicia que no impide la misericordia.

Tomando la idea de los obispos, que la misericordia y la clemencia deben ser parte del Bicentenario, quizás entonces es el momento de sugerir un tema que es doloroso y no menor en la sociedad católica chilena. La situación de los casados por la Iglesia y que por cuestiones más allá de su voluntad se han separado, y que con el transcurso del tiempo han formado una nueva familia. No se trata de desconocer el carácter del sacramento, que es uno y para siempre. Se trataría de no esquivar el padecimiento que llevan los casados por segunda vez y que se hace extensivo a los hijos que Dios les dio en esa unión.

Difícil argumentar que la sociedad chilena se confunda o escandalice si se hace algún signo de misericordia y clemencia a estos católicos que llevan años en un segundo enlace. Que quizás el mismo dolor del fracaso de su primer matrimonio los ayudó a madurar, pudiendo así, en una segunda instancia, formar una verdadera familia y tener un compromiso estable.

Especialmente para esos católicos que llevan años sufriendo, en ellos y en sus hijos, las heridas que conlleva todo fracaso matrimonial. Que una vez terminado un doloroso duelo y no teniendo vocación de célibes, rehicieron sus vidas y desde entonces se esmeran en vivir lo que el Papa Juan Pablo II en su encíclica “Familiaris Consortio” les ha pedido: “escuchar la Palabra de Dios, frecuentar el sacrificio de la misa, perseverar en la oración, incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, educar a los hijos en la fe cristiana, cultivar el espíritu y las obras de penitencia”. La sociedad en general y ellos en particular celebrarían que “la Iglesia se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza”, otorgándoles una especie de “indulto” que pueda traducirse en una “bendición especial” para aquellos que, encontrándose en estas circunstancias, la pidan.

Sería un gesto de misericordia que reafirmaría que el matrimonio para toda la vida es un privilegio, y que quienes han fallado en él necesitan nuestro apoyo, pues perdieron tan gran privilegio”.

Autor: Juan Antonio Buere

Este texto es un extracto del libro Sumando a los Demás, los Divorciados en la Iglesia, que pronto se encontrará en nuestras Librerías SAN PABLO. Este texto busca ofrecer una propuesta de itinerario formativo para personas Casadas en nueva Unión, que quieran formar una comunidad dónde puedan madurar en la fraternidad y en su fe.

Cfr. Gómez de Benito, Justino. Proyectos de Iglesia y proyectos de sociedad en Chile (1961-1990). San Pablo, Santiago de Chile, 1995, p. 7-17.

Cfr. Lewkowicz, Ignacio Cuadernos de campo 2, Buenos Aires, Campo Grupal, Año 1, Nº 2. octubre de 2007 p. 28-30. También en “Pensar sin estado, la subjetividad en la era de la fluidez”, Paidós, Buenos Aires, 2004.